En marzo-abril se viene dando una oferta mayor a la esperada, que al no encontrar suficiente demanda en la exportación se canaliza al consumo, que vuelve después de meses a un nivel de 55 kilos per cápita (equivalente anual).
Las exportaciones están reducidas al mínimo, pero podrían caer más aun en los próximos meses. En ese contexto, la obligación de proveer al consumo interno 13 cortes vacunos al 50-60 por ciento de su precio de mercado supone, para la mayor parte de la industria grande –la exportación está concentrada hoy en nueve empresas–, una retención equivalente al 20 por ciento del valor FOB, retención que se agrega a la ya vigente del 15 por ciento.
Con un dólar débil, retenciones que en la práctica equivalen al 35 por ciento y un mercado interno que para la mayoría de los cortes paga (neto) más o mucho más que el mercado internacional, la única salida para minimizar las pérdidas es colocar toda la carne que se pueda en el mercado doméstico.
Si bien el precio internacional de la carne –y el FOB argentino– han subido mucho en los últimos dos años, no ha podido seguir el ritmo de la suba de los precios del ganado en término de dólares en nuestro mercado local. Este problema parece hoy común a los cuatro países del Mercosur: valorización de la moneda local frente al dólar, aumento de los ingresos de la población, aumento del consumo interno, suba de los precios de la hacienda por encima de los valores internacionales, caída de los saldos exportables.
Con la disminución brutal de la faena, que bajó de 16,1 a 10,8 millones de cabezas en menos de dos años, recrudeció la pelea por la captación de usuarios, pelea que en algún momento pareció se podía controlar a través del “corralito” de empresas frigoríficas.
Hoy, las plantas que prestan el servicio de faena –que abastecen cerca de la mitad de la carne que consume el Gran Buenos Aires– se ven obligadas a pagar a sus usuarios “recuperos” superiores a los $1,30-$1,40 por kilo en gancho. Este valor, agregado a los 75-80 centavos de costo de faena, supera claramente el crédito bruto de matanza (valor de los subproductos le quedan a los frigoríficos), que se puede estimar en promedio en los dos pesos por kilo en gancho.
El uso de la capacidad instalada, tanto consumera como exportadora, apenas supera hoy el 60 por ciento, y como muy pocas plantas han salido del negocio el conflicto de la ociosidad sigue sin resolverse y se expresa de dos maneras: se pagan precios por el ganado, en el caso de la industria exportadora, que luego no se recuperan al vender los cortes y subproductos; y se pagan “recuperos”, en el caso de la industria consumera, que luego no se recuperan con la venta de los subproductos.
La industria consumera sufre la escasez de ganado liviano de feedlot , y sufre también la oferta a los carniceros de medias reses –más baratas– o cuartos de novillos pesados o de vacas gordas.
El carnicero –también en dificultades– parece haberse adaptado a trabajar medias reses de 110-120 kilos, contra los 90-100 kilos que trabajaba hasta hace poco. La oferta, entonces, de medias y cortes más baratos, sea de excedentes de exportación o de medias reses más pesadas, limita la capacidad de frigoríficos de consumo y matarifes de trasladar los altos precios que paga por un “ternero” o “ternera” livianos (300-320 kilos).