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 Noticias | Versión ampliada
Soja | 31/05/2011
Supersoja y superdólares: ¿hay riesgo de enfermedad holandesa?
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Desde hace un tiempo, más precisamente a partir de 2002, la Argentina y otros países latinoamericanos productores de materias primas están ante lo que suele llamarse “una oportunidad única”, que, como todas, puede ser aprovechada o desaprovechada. Y, en un punto extremo, también padecer por ella . Este punto extremo, ya muy estudiado, es conocido como enfermedad holandesa . Sintetizada, la excesiva dependencia de un producto – o unos pocos – con fuerte presencia en el mercado internacional, que genera divisas cuantiosas y desahogo en las cuentas externas. El problema es que si esa bonanza no va acompañada de otras políticas puede derivar en atraso cambiario y provocar desajustes en la estructura económica . Como es obvio, la teoría de la enfermedad holandesa remite a Holanda. A 1959, cuando ese país comenzó a explotar los grandes yacimientos de gas del Mar del Norte. Los dólares entraban a chorros, pero el correlato fue, justamente, una apreciación de su moneda que perjudicó a las industrias manufactureras. Puesto en argentino, el producto clave es la soja, más bien el complejo sojero, con precios internacionales que sólo en los últimos doce meses han aumentado un 30%. Y su expresión, la sojadependencia . Las exportaciones originadas en ese cultivo ya desbordan largamente al superávit comercial completo. Y si no fuera por su magnitud, el balance estaría en rojo. Este año podrían llegar a US$ 23.500 millones , contra los alrededor de 9.000 millones estimados para el saldo total. Gracias a la planta y a sus subproductos, es posible sostener el notable crecimiento de las importaciones. Y zafar de un escollo recurrente en la economía argentina: el estrangulamiento externo, que a menudo terminaba en devaluaciones forzosas. La soja gravita decididamente en los denominados términos del intercambio, o sea, en la diferencia entre los precios de los bienes que se exportan y los de aquellos que son importados. Y esa relación resulta, aquí, tan favorable como que no tiene precedentes, ni recientes ni antiguos . Supera en un 50 % a la de la década del 90. Subió a un promedio del 25 % entre 2001 y 2010. Y sigue para arriba. Un trabajo del ex ministro de Educación, Juan Llach, muestra el fenómeno con algunos números. En el año 2000, con una tonelada de soja era posible adquirir un teléfono celular básico; hoy 25 . Las 20 toneladas equivalían a una computadora portátil; ahora ese mismo equipo cuesta diez veces menos . Todo luce inmejorable, salvo en un punto: combinados con un proceso inflacionario inocultable, los superdólares del complejo sojero están retrasando el tipo de cambio . La ventaja del dólar casi planchado es que evita una inflación aún mayor y fogonea demanda interna. Encima, la montaña de plata de las retenciones a la soja financia buena parte del gasto público, aunque ya difícil de mantener a su actual ritmo, y alimenta las políticas proconsumo. Este año dejarían alrededor de $ 31.720 millones o US$ 7.700 millones. El riesgo del atraso cambiario es que, más temprano que tarde, les pegue a ciertos bienes que se comercian con el exterior, directamente a las manufacturas industriales . Y, a la vez, estimule las importaciones . Bastante de esto cantan datos del INDEC para el primer cuatrimestre del año. Las exportaciones totales aumentaron 25 % , contra el 38 % de las importaciones. Pero al interior de las ventas sobresalen el 37 % de la agroindustria y el 36 % de los productos primarios, ambas impulsadas mucho más por los precios que por las cantidades. En contraste, las manufacturas industriales sólo crecieron un 18 % . Pese a la muy diferente evolución de unas y otras, no aparece a la vista el peligro de entrar en zona de déficit comercial. Está claro, en cambio, que el superávit va con franca tendencia al achicamiento. Si este año llega a los US$ 9.000 estimados por algunas consultoras, habrá caído en 4.000 millones respecto de 2010, dos períodos perfectamente comparables. China y la India todavía tienen gran parte de su población en el campo: según Llach, el 60 % y el 70 % respectivamente. Y también una elevada proporción de trabajadores rurales. Eso augura migración hacia las zonas urbanas, abundante consumo de alimentos y viento de cola . Otra vez, la oportunidad única. Sólo que, en opinión de varios especialistas, para aprovecharla es preciso dar algunos pasos esenciales: avanzar hacia una mayor diversificación de las actividades productivas y las exportaciones, desarrollar en simultáneo al campo y a la industria y federalizar los enormes recursos que el poder central maneja discrecionalmente. También consideran crucial apuntar a una verdadera sociedad del conocimiento, que, entre otros beneficios, implicaría acceso a actividades con mayor valor agregado y empleo de calidad, atacar la pobreza estructural y la desigualdad. Desde luego, en el arco completo cuentan estrategias de mediano y largo plazo, sostenidas en acuerdos políticos básicos, equipos calificados, normas estables y respeto por la división de poderes.
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