¿Qué habrán sentido los productores que colmaban el estadio Orfeo en el último Congreso Tecnológico de Aacrea cuando escucharon que Mónica Galleguillos repetía por tercera vez, confiada y muy suelta de cuerpo, aquello de "Chile potencia agroalimentaria"?
La afirmación se desparramaba de manera natural y sin demasiadas explicaciones a lo largo de la disertación que ofreció la ejecutiva de la Fundación Chile sobre buenas prácticas agrícolas.
Caía redonda, contundente y como toda idea fuerza concentraba debajo del eslogan toda una mística. Contenía algo de esa fórmula muy al estilo "new age", que dice: si lo puedes soñar, lo puedes hacer.
Lo de Mónica Galleguillos no dejó de ser una novedad ya que hasta el momento sólo los brasileños ostentaban el monopolio en el uso y también el abuso del concepto. Es cierto que a Brasil le sobran datos objetivos de producción y cuenta con dimensiones continentales como para sentirse una "potencia mundial", pero no es menos verdadero que han educado a su población con la idea que todo lo que tienen y hacen es o maior do mundo .
Ahora es Chile el que deja de verse como uno más en el concierto de países que exportan alimentos, como un proveedor de frutas de contraestación, para animarse a pasar a la máxima categoría. De más está decir que los chilenos están convencidos de que la fuerza de su determinación puede superar ampliamente las limitaciones que tienen por su tamaño.
La sana envidia que compartieron hace una semana buena parte de los miembros de CREA se justifica porque aquí no es común andar pensando, y mucho menos verbalizando, a la Argentina como una potencia agroalimentaria de escala planetaria.
¿Quién sueña con que se pueden ofrecer las condiciones necesarias como para que se generen 20 o 30 empresas líderes al estilo Arcor con presencia en los mercados mundiales? Porque no es sólo una cuestión de sumar toneladas de producción.
Declarar el puesto que se ocupa en el ranking de exportadores mundiales en algunos rubros no es lo mismo que sentir que el país está embarcado en un proyecto amplio, convocante, alineado y decisivo para hacer valer todo su potencial productivo del norte al sur del territorio. Es cierto que la Argentina es el primer exportador de aceite y harina de soja, de limones y peras o el segundo de maíz y el tercero en porotos de soja y está entre los primeros diez en una buena cantidad de otras producciones. Y que tiene un enorme presente y futuro con la producción de biocombustibles.
Pero es tan evidente que son logros que se obtienen mientras gran parte de la clase política y ciudadana mira para otro lado que difícilmente un argentino se pueda sentir tan cómodo como un brasileño, y ahora un chileno, afirmando que somos o queremos ser una potencia agroalimentaria.
Por ahora las actividades agroindustriales se desempeñan, con distintos grados de intemperie, a bastantes kilómetros del paraguas de una política de Estado. Se crece "a pesar de los gobiernos".
Todo comenzaría a cambiar el día que las 31 cadenas agroalimentarias que emplean a un millón ochocientas mil personas, el 11% de los trabajos nacionales, destierren esta percepción.
El Plan Estratégico Agroalimentario (PEA) que impulsa el Gobierno y que pretende entre otras cuestiones alcanzar una producción de 148 millones de toneladas de granos en seis años está lejos de transformarse en una bandera a seguir. ¿Qué pensarán los productores de trigo o de maíz que no pueden vender su producción de este documento que elaboran funcionarios, militantes sociales y profesores universitarios? Tan bajo vuela el PEA que se encuentra a tiro de cualquier ROE o cupo que dispare la Secretaría de Comercio.
Tampoco la oposición política tiene incorporada la idea fuerza de convertirnos en una potencia agroalimentaria en su repertorio discursivo para esta campaña electoral.
Es una forma de desestimar el cambio histórico en la dieta de millones de personas y el crecimiento de los biocombustibles como fuente de energía. La administración del presidente norteamericano, Barack Obama, decidió que el gobierno federal, que tiene la mayor flota automotriz de los Estados Unidos, sólo comprará vehículos movidos por energías alternativas. Lo cierto es que una palabra puede tener más peso que mil discursos. Al entonces presidente Arturo Frondizi le bastó en su momento pronunciar una sola palabra. Dijo: "Petróleo". Y todo se conjugó en busca de ese objetivo. En tres años la producción de petróleo y gas natural aumentó 150%, el país logró el autoabastecimiento y pasó de ser importador a exportador.
¿Qué puede llegar a pasar en la Argentina si el próximo presidente abre la boca y dice: "Potencia agroalimentaria"?